jueves, 11 de enero de 2018

DISCURSO DE ANTONIO CEA GUTIÉRREZ PARA LA PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICIÓN SOBRE ALFONSO RODRÍGUEZ CASTELAO EN RIBEIRA, A CORUÑA.



Exposición: Diciembre_2017//Enero_2018
Museo del Grabado de Artes, Ribeira, A Coruña, Galicia.
Fundación del Museo de Artes del Grabado a la Estampa Digital.



TEXTO DE LA PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICIÓN SOBRE CASTELAO EN RIBEIRA


FLORENCIO MAÍLLO. Castelao y los Cruceiros. Autobiografía y experiencia vital.




Antonio Cea presentando la exposición de Florencio Maíllo. “Castelao y los Cruceiros. Autobiografía y experiencia vital”.

En esta Exposición de homenaje a la figura de Castelao, que es además una muestra magistral del talento y el arte del pintor y amigo, Florencio Maíllo, confluyen tres aspectos fundamentales: 

- En primer lugar, se valora la dedicación y la pasión científica de Castelao por un tema patrimonial gallego, a mi entender extremadamente importante, el de las cruces de piedra, de cuyo estudio fue pionero. Se subraya así la importancia cultural y patrimonial de esta fórmula de arquitectura escultórica socio-religiosa y de creencias cristalizadas en ancestrales iconos que viven (y sobreviven) a cielo abierto, de la que Galicia es principal productora, maestra y heredera fiel.

- En segundo lugar, refleja Maíllo en esta intensa pintura, presentada hoy en Ribeira, vivencias de su infancia y de su lugar de nacimiento, Mogarraz, en pleno corazón de la salmantina Sierra de Francia, convirtiendo, además, esta exposición en una experiencia autobiográfica de su infancia, tanto en los sabrosos textos que incluye en el catálogo como por los elementos arquitectónicos y paisajísticos que pinta de su Mogarraz natal, conjugados sabiamente con los gallegos.

- Pero creo, sobre todo, que esta Exposición supone, de facto, un estrecho hermanamiento entre Galicia y Salamanca, en general, y entre la Sierra de Francia y la ría de Arousa en particular. En los muchos años que llevo estudiando la documentación de estas dos comarcas, creo poder afirmar que Salamanca no podría entenderse sin la presencia en ella de gallegos, desde la repoblación de Miranda del Castañar en el año 1213 por Alfonso IX de León hasta hoy. La provincia de Salamanca está llena de topónimos gallegos: Aldeagallega, Galleguillos de Gajates, Gallegos de Orcajo, Gallegos de Solmirón, Gallegos de la Valdobla, Gallegos de Valverde, Galleguillos de Vecinos, Navagallega y San Felices de los Gallegos. Los Gallegos en Salamanca y especialmente en la comarca de la Sierra de Francia, fueron primero repobladores y después vecinos y moradores. Imprescindibles maestros del trabajo, en las labores cotidianas y en las grandes obras de carpintería y cantería que todos podemos admirar hoy. Una gran parte del urbanismo serrano y de sus monumentos, templos, ermitas, obras civiles y la modulación de la arquitectura en función de la agricultura en el paisaje es obra de gallegos, especialmente de los obispados de Santiago, Orense y Tuy. Doy como muestra tres ejemplos:

- Año 1696: Alonso del campo, maestro del Arte de la cantería y natural de San Juan de Cededo. Trabaja como maestro principal en la obra de la parroquial de Garcibuey.

- Año 1710: Francisco Rodríguez, maestro albañil, natural de Corbaceira, Domingo Barela, maestro de obras, y Domingo Macedo, maestro de carpintería. Trabajan en la obra de la iglesia parroquial de Tamames,

- Año 1764: Juan Álbarez Buente, maestro de obras. Trabaja en la obra de la iglesia de Villanueva del Conde.



Antonio Cea presentando la exposición de Florencio Maíllo. “Castelao y los Cruceiros. Autobiografía y experiencia vital”.


En esta obra Castelao es para Maíllo  el cuadro dentro del cuadro, el centro y pirámide óptica de una composición  prismática  que se abre en cada pintura aquí expuesta;  un demiurgo creador que gobierna el orden y  el bosque de imágenes y de símbolos; el ojo que todo lo ve; el hombre crítico; el intelectual inquieto, anticipado a su tiempo; el mudo interlocutor; el voluntario prisionero de los cruceiros; el sacramento en su sagrario y el arqueólogo salvador del patrimonio; el yo y el su super yo de cada composición de esta muestra que se inaugura hoy.

Maíllo ha estructurado esta exposición en 11 series de pintura, cada una de ellas con un título y un tema. En algún caso, figura su pintura como un cuadro aislado y la mayoría de las veces agrupada en composiciones formando dípticos, trípticos y polípticos de cuatro de  seis o de ocho pinturas, como pequeños retablos en los que desarrolla los siguientes temas: los  cruceiros con el tema de la Piedad o Llanto sobre Cristo muerto, bien como dibujos esquemáticos de Castelao en los que la figura de Cristo se muestra despegada  de la de la madre Dolorosa en las múltiples variantes gallegas que aparecen, en su máxima abstracción dibujada, convertido su cuerpo en cruz como innumerables insectos “a lo divino”. Otros dibujos de la Pietá son como vidrieras de una esplendorosa catedral. Está también aquí presente el tema de las cruces como marcas de los canteros y de las cuadrillas que trabajaron en construcciones medievales, en sus múltiples variantes con cuyas señales demostraban el salario que debían cobrar por obra hecha: cruces latinas y cruces griegas, cruces de doble brazo y otras que se parecen más a las figuras antropomorfas del neolítico. Nos muestra también Maíllo la experiencia y encuentro de Castelao con Paul Gauguin en la Bretaña francesa, obsesionados en ese tiempo ambos personajes con el tema de las cruces. Se agrupan en esta serie cuatro pinturas de Gauguin: Cristo Amarillo, Cristo Verde, Autorretrato y Retrato de Vincent van Gogh como Cristo en la Oración del Huerto, que Maíllo reinterpreta con detalles o elementos de cruceros y paisajes gallegos de calvarios. Está también muy presente aquí el tema de  la culpa y de la redención, con ejemplos del famoso cruceiro de Hío, entre otros, con los temas de Adán y Eva, el árbol de la vida y la tentación de la manzana, en varios ejemplos de cruceiros que denominaríamos del Maestro de Adán y Eva, si  no fuera por las distintas calidades que ofrecen el de Pontevedra de las Cuatro Calles, el de Carril o el de Caldas, entre otros, que nos hablan no de un solo maestro sino de  distintos maestros canteros, distintas calidades y diversas épocas. También nos muestra Maíllo la variante iconográfica de los Crucifijos franciscanos como el de Herbón, con cruces de gajos, donde el crucifijo aparece abrazado a San Francisco o con el ángel que recoge en un cáliz la sangre que sale de la llaga del costado, según el romance popular que dice: “La sangre que se derrama cae en un cáliz sagrado, el hombre que la bebiera será bienaventurado, en la tierra será rey y en el cielo coronado”.

En el espaldar de la cruz figura Nuestra Señora como Tota Pulchra o Inmaculada, coronada por ángeles sentados en el travesaño, que es la titular e iconografía matriz de la Orden franciscana, en la basílica de la Porciúncula de Asís. O la pintura en que Maíllo representa a Castelao, contemplando y cruzando paisajes y cruceiros de la salmantina Sierra de Francia – en concreto de Mogarraz-  con otros temas gallegos.
En el catálogo de esta exposición que se presenta hoy ofrecemos en primicia la documentación (es rarísimo encontrar este tipo de documento) de la obra de dos cruceiros donde constan los nombres de sus autores (ambos canteros gallegos) y el precio que cobraron por su hechura. El primero de ellos y por encargo de la cofradía de la Veracruz, se labró en el año 1655 por el maestro cantero Juan Carballo para el atrio del Humilladero del Cristo en el lugar de Casas del Conde (Salamanca) que cobró por tallarlo “20.000 maravedíes”. El segundo cruceiro fue realizado en el año 1742 por los maestros canteros Gregorio y Mateo de Portas para la parroquial de San Miguel de Valga, recibiendo en pago 200 reales de vellón. En este caso consta, además, el nombre del donante: Antonio Chenlo, del lugar dos Martores, la finalidad expresa del crucero y la causa de su hechura:” Hacer un crucero para la iglesia para pasar las procesiones junto a él, pues el antiguo estaba partido con las intemperies””. Ofrecemos también en este catálogo una tercera e insólita rareza, también en primicia: La constatación de la costumbre serrana salmantina de erigir por devoción cruceiros de madera, en este caso en manda testamentaria; una fórmula povera y sin duda más asequible (también más perecedera) que las cruces de pedra; ejemplo de especial interés en el ámbito de la religiosidad popular y la antropología. Se trata de la albercana María Cordero quien, en testamento con fecha 21 de diciembre de 1582, dispone “que se aga, a mi costa, una cruz de madera de castaño en el campo de la ermita de San Pedro y se ponga en el dicho campo, porque es mi debución dello, e se pague la costa dello”.

Con esta exposición procura Maíllo concienciar, a quienes la visiten, de la importancia patrimonial y la inigualable riqueza de los cruceiros gallegos, -por tan próximos y cotidianos, tantas veces olvidados, tantas veces maltratados y maltrechos-, a cuya puesta en valor y necesidad de conservación se adelantó Castelao en casi un siglo. Los cruceiros de cada corredoira, de cada encrucijada, de cada aldea son vuestros más cercanos monumentos, son vuestros obeliscos.

Los cruceiros son como un árbol/retablo cargado de frutos santos no sólo en sus ramas, también en su tronco y en sus raíces:

En sus ramas figura el crucifijo por el lado principal y por la espalda de la cruz, la figura de la Virgen, cuya advocación varía según las modas devocionales: Nuestra Señora en posición orante o con el Niño en los brazos, con presencia sobre todo en el siglo XVI. La imagen de la Piedad o el Llanto sobre Cristo muerto (quizá la advocación más atractiva, como lo fue para Castelao), que es en Galicia la de mayor presencia y duración, entre los siglos XVI y XVIII. Está también Nuestra Señora del Socorro, Virgen airada y armada con un palo para defender a un niño de las garras del demonio (advocación menos universal pero abundante en Galicia, como podemos ver en varios cruceiros de Combarro (siglos XVII y XVIII). Por último, se populariza la advocación de los Dolores de la Virgen, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y durante todo el XIX, advocación de tanto arraigo en Galicia. En esta época los cruceiros cobran mayor altura y monumentalidad. ¡Qué familia hay en Galicia que no tenga una o varias Dolores o Lolas!

En el tronco o fuste de los cruceiros van dispuestas las advocaciones complementarias: los santos patronales y las advocaciones más arraigadas en Galicia: San Roque, Santiago, San Miguel. Todas estas imágenes comparten frecuentemente espacio, o lo completan, con símbolos de la Pasión conocidos como  las Arma Christi, y popularmente como los improperios, las señales, los estigmas: La corona, los clavos , el martillo y las tenazas de Nicodemo, el cáliz de la Pasión, la mano de las bofetadas, la columna de los azotes y sobre ella el gallo de las tentaciones de san Pedro y la espada  y la oreja en ella que este apóstol cortó a Malco; la soga del  prendimiento, la túnica inconsútil de Cristo y los dados con la echaron a suerte los soldados, la lanza y la esponja  y la toalla con que  se lavó Pilatos las manos, el sol y la luna,  oscurecidos a la muerte de Cristo, entre otras suertes de las que Santa Teresa cuenta más de  cien.

Finalmente, los peldaños o escalones o gradas de los cruceiros, donde a veces se presentan la cabeza y las tibias de Adán y en casos excepcionales, como en el cruceiro de Padrón de Fondo da Vila, una o varias lagartijas bebiendo la sangre derramada de Cristo que arroya desde su cuerpo empapando la tierra; por eso este animal es tradicionalmente considerado intocable y sagrado.

Pero, además de las imágenes, en los cruceiros aparecen a veces diversas inscripciones: anagramas de Jesús y de María, invocaciones sagradas, mandas y textos conmemorativos de la memoria nominis, fechas de construcción y oraciones e indulgencias para quien las recite.

Los cruceiros, además de imágenes sagradas de los dioses viales, fueron ancestrales señales e indicadores de camino de carreteros, de arrieros con sus reatas de mulos, buhoneros, peregrinos o de simples viajeros. También, lugares de encuentro de ánimas, espacios de fertilidad, pétreos conjuradores contra el mal, lugar de posa en las procesiones y también, lugar de conversación y mentidero de los vecinos en las gradas. Muchas veces me comentó, el finado, Don Francisco Castaño García, que el cruceiro del lugar de las Rañas en Santa Baya do Este (Catoira) servía también como espacio de divulgación de noticias y que, muchas veces, de niño acostumbraba a sentarse en los peldaños del cruceiro para escuchar lo que traía el periódico que leía en alta voz cada tarde un tal José da Fulantina, y de la prohibición, por parte de su padre, de atender a novedades extrañas para su hijo de lo que sucedía fuera  de su entorno natural como algo perjudicial y nocivo para su educación.

Quiero creer que el tema – y la experiencia vital-  de los cruceros no supuso para Castelao una interna contradicción, sino, más bien, una especie de armonía entre su pensamiento y sus sentimientos, entre lo científico y el mundo de las creencias, entre el homo religiosus, como herencia ancestral, que todos llevamos dentro, y el hombre racional.
Como muestra de las fichas del catálogo para esta exposición leo la correspondiente a la pintura titulada “Yacentes voladores”, quizá la pieza que sintetiza mejor el interés de esta exposición que dice:

“Castelao, desde la ventana del alma en que obsesivamente es presentado por Maíllo, da suelta a un caudal de yacentes voladores de cruceiro desgajados del colo de la Virgen en todas las posibles variantes dibujadas que el arte formuló en Galicia sobre el tema de la Pietá. Sagrados petroglifos, ideogramas divinos, armazones desnudos de crucificados (sin cuerpo y sin madre), tuétanos de Cristo en hechura de cruces, pasos de danza de descabezadas figuras con paño de pudor, cometas pasionarios al aire del dolor y la hermosura”.

Termino estas palabras de presentación con una canción sobre el llanto de la Virgen, obra del siglo XVIII, atribuida al autor Lucas del Olmo, que se conserva y canta en Miranda del Castañar (Salamanca) la tarde del viernes santo durante la procesión del Entierro, cuando María despide a su hijo difunto con esas trágicas y hermosa palabra que dicen:

Oye, alma, la tristeza y la amarga despedida
que la madre de pureza hizo de Jesús, su vida,
postrada ante su grandeza.
Contempla, quam dolorida, esta madre soberana
llorando se despedía del hijo de sus entrañas
y de esta suerte decía:
-Adiós, Jesús amoroso, adiós, claro sol del alba,
adiós, celestial esposo, de mi virginidad palma,
de mi vientre fruto hermoso! -
¡Adiós, lucero inmortal, adiós, lumbre de mis ojos,
que me dejas, cual rosal, entre espinas y entre abrojos,
en una pena mortal! -.


                                                                                Ribeira,1 de diciembre de 2017.




Tras la presentación de Antonio Cea. 
Exposición de Florencio Maíllo. “Castelao y los Cruceiros. Autobiografía y experiencia vital”.