Discurso de Antonio Cea Gutiérrez. Fotografía: Luis Barrero
RETRATOS DE JESÚS DE MEDINACELI PARA ESA
BASÍLICA MADRILEÑA OBRA DE FLORENCIO MAÍLLO
Antonio Cea (Padre) Retrata2-388-603, encáustica sobre chapa
metálica, 67x95 cm. 2013.
La pequeña historia de estos retratos “a lo divino”
En el mes de julio de 2015, dejé enmarcando un retrato de mi padre, obra
de Florencio Maíllo, en el taller de José Olarra de Madrid, en la calle Lope de Vega, situado frente al convento de
Trinitarias donde está enterrado Miguel
de Cervantes. Un día pasó por allí el Padre Benjamín Echeverría, superior en el de Jesús de Medinaceli de Madrid, y se sintió
vivamente atraído por la calidad de ese retrato, comentando con el dueño del
establecimiento el interés por conocer al pintor y contactar con él. Mi amigo
Olarra me llamó para pedirme la dirección del autor y yo, gustosamente, se la di. El Padre Benjamín
contactó con Maíllo y le habló de la intención de encargarle, para esa
comunidad de Capuchinos, un retrato de
Jesús de Medinaceli, eje devocional y religioso de esa famosa y popular basílica
madrileña. En la primavera de este año se formalizó el encargo de una pintura
del Cristo en el que el comitente daba total libertad al autor, con la salvedad
de que “no hubiera sangre”o “mucha sangre”, y que no fuera un bis fotográfico
de la imagen titular, cuya iconografía, como Ecce Homo, representa el momento en que Pilatos
muestra a la turba a este reo divino con los atributos de rey burlado y, al
mismo tiempo, para que el pueblo, al ver a Cristo en ese estado, se apiade y
condene a Barrabás, cosa que, como sabemos, no sucedió.
Presentación de los retratos de Jesús de Medinaceli en Salamanca. La Crónica de Salamanca
Los resultados que presenta Maíllo
De este encargo a Florencio han salido, finalmente, tres obras
que presentamos hoy aquí en primicia, todas ellas resaltando como
protagonista el rostro de Cristo.
Discurso de Antonio Cea Gutiérrez. Fotografía: María José Rodríguez
En la primera pintura, Maíllo se ajusta más a lo que
conocemos como “verdadero retrato”, en una perspectiva que en arte
se denomina “punto de rana”, de manera que quien mira esta obra lo haga como de rodillas. El devoto que ve
esta pintura la identifica inmediatamente con la escultura titular, incluso por
el color de la túnica con que suele
aparecer de contínuo esta imagen sagrada. Obra impactante, certera, novedosa y,
al mismo tiempo, eco fiel de “la verdadera”, para que el orante pueda sentirse ante ella como ante una estampa – de suprema
calidad- de su Cristo.
Jesús de Medinaceli, Encáustica sobre chapa metálica, 150x150 cm.
2016.
La segunda obra, ya de-constructiva, es transubstanciación de la anterior, en la que Maíllo, ya en plena convulsión de catarsis creativa, capta el instante en el que el rostro –tridimensional- de Jesús de Medinaceli está transformándose en Veron ikonon o Vera efigies.
Jesús de Medinaceli, Acrílico sobre aluminio, 150x150 cm. 2016.
Jesús de Medinaceli, Acrílico sobre aluminio, 160x320 cm. 2016.
La tercera pintura y principal resultado (en esta envidiable
experiencia de Florencio) va formulada y resuelta como un tríptico clásico en
toda regla (no en vano vino a coincidir el encargo con la espléndida
experiencia “bosquiana” del autor). La parte exterior de las portezuelas -
continuación técnica y emocional de la segunda obra-, formula el Rostro divino
encarado ante el orante, en un “mira
cómo estoy por ti”, estableciéndose una personal y “sacra conversazione” entre
el alma y Cristo, a solas, tal y como se cuenta en el romancero tradicional
salmantino y al mejor estilo de la “devotio moderna” (piedad individualista,
florecida entre los siglos XV y XVI, centrada en la humanidad de Cristo como
eje de la vida espiritual, buscando la
imitación de sus ejemplos)- De los diálogos entre Cristo y el alma son ejemplo
y piezas-testigo los textos de algunos romances conservados, como el de El discípulo
amado + Jesucristo sale de ronda, que recogí en San Esteban de la Sierra, en marzo
de 1979, al tío Emilio Rosingana, de 100 años de edad, entonces ya ciego, que
dice:
Jueves Santo, Jueves Santo,
- tres días antes de Pascua,
cuando el Redentor del mundo
- a sus discípulos llama:
Llamaba uno por uno, - dos a dos se le juntaban.
Después que los tenía juntos
- cena de gloria les daba.
Después que hubieron cenado
- estas palabras le hablaba:
-¿Cuál de los míos, vosotros, - moriréis por mí mañana?-
Se miran unos a otros, - ninguno respuesta daba…
Bajando Cristo de ronda, - a las doce de la noche,
vestido de almilla blanca,
- paño de mil colores,
llamó a la puerta del alma,
- y el alma no le responde:
-¡Respóndeme, alma mía, - regalo de mis pasiones,
que por ti he venido al mundo
- y por ti me he hecho hombre,
y por ti se disiparon - las tinieblas de la noche!
Maíllo, sirviéndose de cánones
tradicionales como los desarrollados por el Greco o Zurbarán, representa magistralmente
el instante prodigioso, camino del Calvario, de la trepidación radioactiva en
que la tridimensionalidad de la cara de Dios queda retratada en la toca de
Marcela, a la que conocemos, desde entonces como la Verónica. Se convierte así este pasaje
apócrifo en objeto devocional público
(es la sexta estación del Viacrucis), pieza del ajuar doméstico, venerada en
pinturas y grabados y pieza personal como
joya-relicario , formando parte también de las Arma Christi y, en hermosísimas variantes del romancero como la que
recogimos en la Alberca a Marcelina Hernández Martín en abril de 1986 que dice:
Por la calle la Amargura - la
Virgen se paseaba
toda cubierta de luto , - que hasta los pies le llegaba.
Pasó por allí una mujer - que Marcela se llamaba:
-Dime la verdad, Marcela,
- Dios te salvará tu alma
¿Viste pasar a mi hijo - hijo de
las mis entrañas?-
-Por aquí pasó, señora, - tres
horas antes del alba:
Una cruz lleva en sus hombros -
de madera muy pesada,
una corona de espinas , - que el “celebro” le traspasa,
una soga lleva al cuello, - lo
que más le atormentaba.
Con las señas de la muerte
- a mi puerta se arrimaba
pidiendo , por Dios, un paño
- para limpiarse la cara-.
Tres dobleces tenía el paño,
- tres caras dejó pintadas.
Una mandó pa Jaén, - otra pa la Casa Santa,
otra mandó para Roma, - donde el
Padre Santo estaba.
Jesús de Medinaceli, Acrílico sobre aluminio, 160x320 cm. 2016. Tríptico abierto.
Por el lado interior, las portezuelas nos muestran parte de los
improperios, enmarcando el impresionante panel central en que Maíllo,
inusualmente, presenta el protagonista
rostro de Jesús de Medinaceli de perfil y no en posición frontal, pasando ante
la mirada del orante en momentos de
perdón y gracia, y como cordero místico
llevado al matadero; según el romance, dicho y “retorneado” que
recogí en Garcibuey a Edita Martín
Andrés, de 73 años y Encarnación Andrés de 71, en junio de 1973, que se cantaba
la tarde del jueves Santo durante la llamada “Procesión de la carrera” que
dice:
-En esta mano derecha - traigo
una corona hecha,
y en el medio ´la corona - traigo un pendón colorado,
y en el medio del pendón - tengo un “murumento” armado,
en el medio ´l “murumento” -
traigo un cordero allagado,
de los pies a la cabeza - herido y alanceado.
La sangre que se derrama - cae en un cáliz sagrado,
quien de mi sangre bebiera
- será bienaventurado,
en la tierra será rey - y
en cielo acoronado.
Recordemos la imagen del Cordero
místico en el panel central del políptico de Gante, de los hermanos Hubert y
Jan van Eyck (1432).
Las Arma Christi.
Son numerosos los elementos, instrumentos o momentos de la Pasión de Cristo que se presentan como
poesía muda en imágenes de devoción (Teresa de Ávila habla de una oración a las
“Ciento y tantas suertes de la Pasión”); todas ellas pasaron ante la mirada de
Jesús en el Huerto de los Olivos en metáfora de Cáliz presentado por un ángel,
-“Que pase de mí este cáliz”; terror anticipado que le hizo sudar sangre.
Muchos de estos instrumentos son hoy veneradas reliquias, especialmente la
cruz.
Las señales de la Pasión que aparecen en esta
pintura de Maillo son: los tres clavos; las tenazas de Nicodemo (reliquia que
pasaría a dictado tópico, según recoge Correas, en 1627, en su Vocabulario de Refranes; el martillo; las escaleras del descendimiento; la corona de espinas; la columna de los
azotes; el gallo de las tres negaciones de San Pedro (guiño de Florencio a la
veleta catedralicia salmantina); la lanza que traspasó el costado de Cristo; la
bolsa de Judas con las 30 monedas de plata; la esponja con hiel y vinagre que
le dieron a beber; los flagelos o azotes; las bofetadas; el lavatorio de
Pilatos, y sobre todo, aquí, el Rostro de Cristo, Veron ikonon o Verónica (por la toca de la piadosa Marcela con la
que le enjugó el rostro, Vera efigies,
Cara de Dios, Rostro Divino. Nombres iconográficos y devocionales,
convertidos en pintura, relicarios y
otras fórmulas de devoción). Otros muchos Estigmas,
Suertes, Vexilla Regis, Arma Christi
(panoplia con los títulos de los que presume Cristo); Improperios o Tormentos de
la Pasión suelen reflejarse en el conocido tema de la
Misa de san Gregorio: el sepulcro; la
túnica de Cristo; los dados y el farol de los soldados; la espada de san Pedro
con la oreja de Malco; el beso de Judas; las antorchas del prendimiento, la
soga de esparto con que le arrastraron,
los salivazos que le escupieron, camino del Calvario; el cáliz de la Pasión,
etc.
Como novedad iconográfica de
nuestro pintor mogarreño, hemos de señalar la disposición de los tormentos de
la Pasión, no en estática verticalidad (como amuletos colgando de las paredes
de un santuario), sino aventados de la escena en fuga diagonal por un invisible
huracán pentecostal; quizá, inconsciente deseo del alma orante.
Como devota y acertada licencia y
seña de tradición, deja colarse Florencio, posadas, o correteando entre los
estigmas, unas golondrinas y unas lagartijas; personajes (desde lo que voy a
contar) respetados e intocables. Es tradición recibida que las golondrinas le quitaron a Cristo las espinas de la corona; tradición
que recoge Fra Angélico en su Anunciación del Prado, colocando una golondrina,
de cara a María (casi sobre su cabeza), posada en la barra que sostiene la cortina, como
anticipo y premonición de la Pasión de
Cristo. Así lo recogimos en la Alberca
en abril de 1986 a Magdalena Hernández Martín de 78 años: “Las
golondrinas, [dice la informante] cuando se murió el Señor, se vistieron de
luto y desde entonces están con la capa
negra, porque antes la tenían blanca”, y añadió la siguiente letrilla:
“Ya
vienen las golondrinas, con el vuelo muy sereno,
a
quitarle las espinas a Jesús el Nazareno”.
Fra Angélico, La
Anunciación, 1425 - 1428. Témpera sobre tabla, 194 x 194 cm. Museo del
Prado, Madrid. (fragmento)
Igualmente, es piadosa tradición
la presencia de lagartijas en el monte Calvario, al pie del Crucificado,
bebiendo la sagrada sangre derramada. Sangre de la que también se aprovechó la
propia Virgen al pie de la cruz, si nos atenemos a la variante mirandeña del
romance que dice:
Por aquel portillo abierto,
- que nunca se vio cerrado,
pasó la Virgen María, - con un
vestido encarnado.
El vestido que llevaba - nunca se le vió manchado [en evidente
alusión a su pureza inmaculada],
se lo manchó Jesucristo con sangre de su costado.
(Lo recitó, en Miranda del
Castañar, la tía Adela Novoa, de 79 años,
en octubre del 73).
Jesús de Medinaceli, Acrílico sobre aluminio, 160x320 cm. 2016. Tríptico cerrado.
La necesidad de la imagen
Sobre la necesidad de materializar
la figura de Cristo a la hora de orar y meditar, dice Teresa de Ávila:
“Quisiera yo traer siempre delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no
podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera”. La impresión
indeleble en el alma de la Imago Christi
-la idea del sigillum Dei (la marca
de Cristo sobre el alma)- aparece en tres pasajes del Libro de la Vida. Relaciona
la Santa de Ávila este proceso con el de las estampas grabadas (ella las
coleccionaba). El alma es buen material y estampa de calidad duradera para el
certero retrato de Cristo en ella [dice]: “Representándoseme Cristo delante con
mucho rigor [con precisión y nitidez] vile con los ojos del alma […] y quedóme
tan impreso que á esto más de 26 años y me parece le tengo presente […], que
quiere el Señor esté tan esculpido en el entendimiento que no se puede dudar. De ver a Cristo me quedó
imprimida su grandísima hermosura y la
tengo hoy día”. Necesita de la imagen material para encontrarse con la
humanidad divina en la oración. Sólo cuando, a través de la purificación, se
tiene acceso a las Moradas Séptimas
resultan inútiles las imágenes, la música, los sermones, porque ya la
“mariposilla” [el alma] se ha abrasado en Dios. En carta al Padre Gracián
describe el alma como “cordera sellada” y “ganado de la Virgen” que hay que
tener muy ordenado. Parece dibujar la santa con claridad, anticipándose en dos
siglos, la iconografía capuchina de la Divina Pastora.
Concluyo aquí. Este tríptico de Florencio Maíllo, que podría estar abierto durante los días devocionales de gran culto, contiene todos los ingredientes para convertirse en una excepcional y admirable pieza devocional.
Felicidades y parabienes al
pintor y a la comunidad capuchina.
Antonio Cea Gutiérrez
Miembro Numerario del Centro de
Estudios Salmantinos
Presentación de los retratos de Jesús de Medinaceli, Ábside de San Francisco el Real,
Hermanos Capuchinos de Salamanca. Viernes 30 de septiembre de 2016.