martes, 7 de marzo de 2017

DISCURSO DE ANTONIO CEA GUTIÉRREZ PARA LA PRESENTACIÓN DEL CUADRO DEL CARTEL DE LA SEMANA SANTA “SALAMANCA 2017”.



TEXTOS PARA LA PRESENTACIÓN DEL CARTEL DE LA SEMANA SANTA SALMANTINA DE 2017



Florencio Maíllo, “Piedad”, 150x150 cm., Encáustica mixta sobre aluminio, 2016-17


El pintor mogarreño, Florencio Maíllo, ha querido elegir para el cartel de la Semana Santa salmantina del 2017 el pasaje evangélico conocido como Llanto  sobre Cristo muerto, Piedad o Planto de la Virgen, probablemente uno de los temas de la Vida de  Cristo preferidos por pintores y escultores y con unos resultados que tocan, en muchos casos, la cima del arte universal.

A mi entender, esta obra de Maíllo, ofrece un planteamiento iconográfico  triple: En primer lugar el de la contemplatio tradicional de Cristo en el regazo de su madre (después del Descendimiento de la  cruz y antes del santo Entierro), más dos interpretaciones nuevas que trascienden lo puramente evangélico y proyectan dos lecturas del dolor en el mundo de hoy.

La primera impresión  al contemplar esta obra  fue para mí  la del poder emergente de la figura de Cristo, plena de clasicismo y a mitades entre el recuerdo de la primera Pietá, la vaticana, entre las cuatro que talló Miguel Ángel, y la cercana influencia salmantina de la de Carmona, en nuestra Catedral Nueva.

Busqué después la inexcusable presencia de la Virgen que lo sostiene  en su regazo y que se plantea en la Historia del Arte con una tradición dúplice: la  lógica y más racional en que el autor presenta el cuerpo de un varón en la plenitud de sus 33 años, a quien su madre vela y llora,  y la otra interpretación, la más teológica y entrañable, cuando Cristo se representa con la proporción de un niño respecto a la figura de su madre quien, teniéndolo muerto en su regazo, lo cree recién nacido, en un nuevo parto de redención; María como cuna y sepulcro. Busqué a la Virgen y la busqué en vano, quedando para mí oculta bajo la fórmula azul y triangulada de su manto, hurtándonos su rostro y sus caricias en un como torbellino y sobre una geometría y puntos de fuga diagonales y en aspa. A nuestra derecha la verdinegra cruz que tendría que servir de respaldo a María más  un luminoso horizonte final después de la cruz.

Una segunda vía interpretativa e iconográfica queda bien manifiesta en la propia naturaleza, casi protagonista, donde un cosmos convertido en caos zarandea y envuelve esta apolínea figura del yacente. Volando por los aires un tornado de ferrallas aventadas llenando todo el campo del cuadro en un llanto herrumbriento por la muerte de Cristo (y de la Naturaleza); quizá los Improperios hechos añicos, huracán de mística metralla de los tres clavos, de las espinas de la corona, del martillo de Arimatea, de las tenazas de Nicodemus, que llegan a clavarse a las dos columnas metálicas que sirven de marco a esta pintura de devoción y arte   como reliquias santas (óxidos de una arqueología industrial pasionaria a los que tanto se aferra Maillo  como recuerdo vivo de las fraguas de su infancia serrana y mogarreña).

Al mismo tiempo que estos huracanados  impactos de metalicidad, crea nuestro pintor, entorno al cuerpo santo, una espiral, quizá  el aura, el neuma divino, el prana hindú, el hálito recién exhalado de Cristo rodeando como mandorla mística esa  serpentinata figura que se escapa por encima de  lo que debiera haber sido la cabeza de la Virgen. Ola de energía materializada  con insólita generosidad en  una suculenta sinfonía  de matices cromáticos que en la documentación serrana de archivo vienen a tomar casi siempre  nombres de animales y de plantas: color de grana, color de fuego, de flor de tomillo, de flor de romero, de flor de malva, color de lirio, azafranado, azufrado, alagartado, leonado y pajizo, color hoja de roble, rosado, color de fresa, color flor de lino, turquí, verdegay, color de violeta, zarzamorado, color de pasa, carmesí, color de guinda; más las tonalidades acastañadas y atabacadas que aportan a esta obra las ya mencionadas Arma Christi en añicos y llorando sobre esa pintura de la Pasión.

Saliendo de esta obra y volviendo a entrar en ella con mirada nueva, lo que en la primera interpretación iconográfica fue silueta azul de Dolorosa es, en esta segunda interpretación, cerúlea losa del sepulcro en que reposa Cristo en descanso que durará del Viernes Santo por la tarde al Sábado de gloria, reposo que tiene aquí como respaldo el palo cimero y los brazos de la cruz.

El elemento metálico en redecilla, a la izquierda de la composición según se mira, parece ser aquí remembranza del velo rasgado del templo de Jerusalén  a la muerte de Cristo, también lo que queda de amor en los humilladeros serranos entre devoto y Crucifijo; pieza y frontera de respeto en forma de portezuela, cortina y telón que ocultaba “de continuo” la imagen santa conteniendo  así su energía taumatúrgica, sólo desvelada en puntuales momentos de liturgia, lo que duraba el espacio de un credo o el salmo cantado del Miserere. El breve tiempo en que la divinidad repartía dones, milagros y gracia, mientras el devoto ponía, a cambio, oraciones y limosnas en forma de luz de aceite o de cera,  alimento de las imágenes sagradas.

A mi entender, manifiesta Florencio (quizá sin pretenderlo) en esta pintura y cartel para la Semana Santa  salmantina de 2017  dos de los  pecados más universales y cotidianos del mundo de hoy, representados en este Cristo cósmico obligado por el Hombre a dos nuevos tipos de Calvario y de Crucifixión: el de los efectos  de la Naturaleza maltratada y el de los desastres de la guerra.

En ese primer pecado aparece Jesús atrapado en una red universal, como una pieza más de la basura cósmica en que hemos convertido la Tierra, pecado nuevo y gravísimo del Hombre (que ya condena la Iglesia). Primero matamos a Cristo y ahora, la obra de su creación.

En el segundo pecado y visión – el de las guerras y las migraciones que las guerras provocan-  nos presenta Maíllo este Cristo yacente, inmolado y difunto, convertido  en  balsero “a lo divino”, flotando a la deriva de nuestros egoísmos sobre un translúcido iceberg azul, hecho una sola cosa con cuantos, cada día y buscando mejor vida, encuentran su pasión y su muerte en las playas  de Europa, en pos de mejor vida.

Empero, he de decirlo, hay  tras esta obra  un último y muy personal Calvario que plasma sin quererlo nuestro artista Maíllo, pues vino a coincidir el encargo de esta pintura con el fallecimiento de su hermana Cristina; ¡el adiós a la hermana que había hecho de madre!, lo que viene a explicar la  rareza iconográfica de este planto a la muerte de Cristo. Se entiende así  muy bien la desgarrada soledad del  autor,  en la piel de ese yacente abandonado  y el alma de Cristina en lugar de la Virgen, habitando ropajes de luto azul.

Finalmente, el amor venció al dolor. Sobre la pena pudo la creatividad y el esfuerzo que su hermana tanto le había inculcado. ¡Aquel binomio amargo de la ausencia presente! ¡Este dulce tormento de la obra concluida!, Pienso que es justo conocer que esta espléndida pintura, que ahora se presenta, se fraguó con lágrimas de sangre. Bien vivo está aquí el adagio latino que dice: Ad lucem per crucem (al triunfo a  través del doloroso sacrificio).

                                                                                                                  
  Antonio Cea Gutiérrez
Madrid, 18 de febrero.