TEXTOS PARA LA PRESENTACIÓN DEL CARTEL DE LA SEMANA SANTA
SALMANTINA DE 2017
Florencio
Maíllo, “Piedad”, 150x150 cm., Encáustica mixta sobre aluminio, 2016-17
El pintor mogarreño, Florencio
Maíllo, ha querido elegir para el cartel de la Semana Santa salmantina del 2017
el pasaje evangélico conocido como Llanto sobre Cristo muerto, Piedad o Planto de la Virgen,
probablemente uno de los temas de la Vida de
Cristo preferidos por pintores y escultores y con unos resultados que
tocan, en muchos casos, la cima del arte universal.
A mi entender, esta obra de
Maíllo, ofrece un planteamiento iconográfico triple: En primer lugar el de la contemplatio tradicional de Cristo en el
regazo de su madre (después del Descendimiento de la cruz y antes del santo Entierro), más dos
interpretaciones nuevas que trascienden lo puramente evangélico y proyectan dos
lecturas del dolor en el mundo de hoy.
La primera impresión al contemplar esta obra fue para mí la del poder emergente de la figura de Cristo,
plena de clasicismo y a mitades entre el recuerdo de la primera Pietá, la vaticana, entre las cuatro que
talló Miguel Ángel, y la cercana
influencia salmantina de la de Carmona, en nuestra Catedral Nueva.
Busqué después la inexcusable
presencia de la Virgen que lo sostiene
en su regazo y que se plantea en la Historia del Arte con una tradición dúplice:
la lógica y más racional en que el autor
presenta el cuerpo de un varón en la plenitud de sus 33 años, a quien su madre
vela y llora, y la otra interpretación,
la más teológica y entrañable, cuando Cristo se representa con la proporción de
un niño respecto a la figura de su madre quien, teniéndolo muerto en su regazo,
lo cree recién nacido, en un nuevo parto de redención; María como cuna y
sepulcro. Busqué a la Virgen y la busqué en vano, quedando para mí oculta bajo
la fórmula azul y triangulada de su manto, hurtándonos su rostro y sus caricias
en un como torbellino y sobre una geometría y puntos de fuga diagonales y en
aspa. A nuestra derecha la verdinegra cruz que tendría que servir de respaldo a
María más un luminoso horizonte final después
de la cruz.
Una segunda vía interpretativa e
iconográfica queda bien manifiesta en la propia naturaleza, casi protagonista, donde
un cosmos convertido en caos zarandea y envuelve esta apolínea figura del
yacente. Volando por los aires un tornado de ferrallas aventadas llenando todo
el campo del cuadro en un llanto herrumbriento por la muerte de Cristo (y de la
Naturaleza); quizá los Improperios
hechos añicos, huracán de mística metralla de los tres clavos, de las espinas
de la corona, del martillo de Arimatea, de las tenazas de Nicodemus, que llegan
a clavarse a las dos columnas metálicas que sirven de marco a esta pintura de
devoción y arte como reliquias santas (óxidos de una
arqueología industrial pasionaria a los que tanto se aferra Maillo como recuerdo vivo de las fraguas de su
infancia serrana y mogarreña).
Al mismo tiempo que estos
huracanados impactos de metalicidad,
crea nuestro pintor, entorno al cuerpo santo, una espiral, quizá el aura, el neuma divino, el prana hindú, el hálito recién exhalado de Cristo rodeando como mandorla
mística esa serpentinata figura que se escapa por encima de lo que debiera haber sido la cabeza de la
Virgen. Ola de energía materializada con
insólita generosidad en una suculenta
sinfonía de matices cromáticos que en la
documentación serrana de archivo vienen a tomar casi siempre nombres de animales y de plantas: color de
grana, color de fuego, de flor de tomillo, de flor de romero, de flor de malva,
color de lirio, azafranado, azufrado, alagartado, leonado y pajizo, color hoja
de roble, rosado, color de fresa, color flor de lino, turquí, verdegay, color
de violeta, zarzamorado, color de pasa, carmesí, color de guinda; más las
tonalidades acastañadas y atabacadas que aportan a esta obra las ya mencionadas
Arma Christi en añicos y llorando
sobre esa pintura de la Pasión.
Saliendo de esta obra y volviendo
a entrar en ella con mirada nueva, lo que en la primera interpretación
iconográfica fue silueta azul de Dolorosa es, en esta segunda interpretación, cerúlea
losa del sepulcro en que reposa Cristo en descanso que durará del Viernes Santo
por la tarde al Sábado de gloria, reposo que tiene aquí como respaldo el palo
cimero y los brazos de la cruz.
El elemento metálico en
redecilla, a la izquierda de la composición según se mira, parece ser aquí remembranza
del velo rasgado del templo de Jerusalén a la muerte de Cristo, también lo que queda de
amor en los humilladeros serranos entre devoto y Crucifijo; pieza y frontera de
respeto en forma de portezuela, cortina y telón que ocultaba “de continuo” la
imagen santa conteniendo así su energía
taumatúrgica, sólo desvelada en puntuales momentos de liturgia, lo que duraba el
espacio de un credo o el salmo cantado del Miserere. El breve tiempo en que la
divinidad repartía dones, milagros y gracia, mientras el devoto ponía, a
cambio, oraciones y limosnas en forma de luz de aceite o de cera, alimento de las imágenes sagradas.
A mi entender, manifiesta
Florencio (quizá sin pretenderlo) en esta pintura y cartel para la Semana
Santa salmantina de 2017 dos de los
pecados más universales y cotidianos del mundo de hoy, representados en
este Cristo cósmico obligado por el Hombre a dos nuevos tipos de Calvario y de
Crucifixión: el de los efectos de la
Naturaleza maltratada y el de los desastres de la guerra.
En ese primer pecado aparece
Jesús atrapado en una red universal, como una pieza más de la basura cósmica en
que hemos convertido la Tierra, pecado nuevo y gravísimo del Hombre (que ya
condena la Iglesia). Primero matamos a Cristo y ahora, la obra de su creación.
En el segundo pecado y visión –
el de las guerras y las migraciones que las guerras provocan- nos presenta Maíllo este Cristo yacente,
inmolado y difunto, convertido en balsero “a lo divino”, flotando a la deriva
de nuestros egoísmos sobre un translúcido iceberg azul, hecho una sola cosa con
cuantos, cada día y buscando mejor vida, encuentran su pasión y su muerte en
las playas de Europa, en pos de mejor
vida.
Empero, he de decirlo, hay tras esta obra un último y muy personal Calvario que plasma
sin quererlo nuestro artista Maíllo, pues vino a coincidir el encargo de esta
pintura con el fallecimiento de su hermana Cristina; ¡el adiós a la hermana que
había hecho de madre!, lo que viene a explicar la rareza iconográfica de este planto a la
muerte de Cristo. Se entiende así muy
bien la desgarrada soledad del
autor, en la piel de ese yacente
abandonado y el alma de Cristina en
lugar de la Virgen, habitando ropajes de luto azul.
Finalmente, el amor venció al
dolor. Sobre la pena pudo la creatividad y el esfuerzo que su hermana tanto le
había inculcado. ¡Aquel binomio amargo de la ausencia presente! ¡Este dulce
tormento de la obra concluida!, Pienso que es justo conocer que esta espléndida
pintura, que ahora se presenta, se fraguó con lágrimas de sangre. Bien vivo
está aquí el adagio latino que dice: Ad
lucem per crucem (al triunfo a
través del doloroso sacrificio).
Antonio
Cea Gutiérrez
Madrid, 18 de febrero.